Opinión

Sedientos de sangre, da igual el color

Juan Ramón Rodríguez Martínez

Sedientos de sangre, da igual el color

Un ejercicio interesante a realizar entre la población española sería el de sintetizar en una redacción los pensamientos o respuestas derivados tras escuchar la palabra “político”. Por supuesto, con todas sus variantes tales como “políticos” o “Política”, como conjunto. Género femenino incluido, qué duda cabe. El resultado sería una masa ingente de despropósitos y firmes amenazas. Resulta curioso pensar en la imagen que ha generado nuestra Cultura de Masas de lo político a lo largo de estos años.

De este modo, uno se encuentra ante un supuesto engendro maquiavélico ávido de poder y riquezas. Es deshonesto, corrupto y mentiroso. Suele aparecer representado con la clásica figura del cerdo embutido en su traje, estilo orwelliano. Asimismo, pensamos en la Política como si se tratase de un enrevesado drama de Hollywood. Saltan a la vista ejemplos actuales como las series House of Cards o Game of Thrones. Lo político lucha por el poder, pasa por encima del que haga falta. A veces es calculador y deja a un lado sus emociones, otras veces se sirve de ellas como principal catalizador para perpetrar sus actos. 

Hace unos días dimitió Esperanza Aguirre de la presidencia del Partido Popular en Madrid. Tras un registro por parte de la Guardia Civil, los gerifaltes del partido se mantienen alertas. “La corrupción nos está matando a todos”, confesó Aguirre en la rueda de prensa. Estrategias al margen, las reacciones no se hicieron de rogar. La clase política se jactaba de ser el verdugo. Tanto Podemos como Ciudadanos deseaban levantar la cabeza decapitada y mostrarla en la Plaza Mayor. Por supuesto, la dimisión jamás tuvo nada de loable que reconocer.

El ciudadano medio se deshacía en elogios hacia Esperanza a través de las redes. Montajes y frases chistosas. La chanza española que tanto éxito tiene. Ante cualquier suceso, siempre queda reducirlo al absurdo y jurar en el idioma que se tenga más a mano. Despojada la cabeza del cuerpo, simplemente queda denostarla en un rincón pasado el jolgorio inicial. Jamás debe de sugerirse respeto y un entierro digno. Jamás debe concedérsele cuartel al enemigo.

Y así se sucedan las cabezas. Sin derecho a juicio ni reconocimiento. Una detrás de otra. Sin parar a recapacitar o, al menos, en acertar a preguntarse el porqué de la causa y su consecuencia. No es necesario mientras haya un consenso auspiciado por la fuerza bruta y emociones a flor de piel. El enemigo parecen ser los políticos. Sería triste reconocer que el verdadero enemigo, el culpable a ajusticiar, es la sociedad en su conjunto.

Tras años en busca de un valiente que encabece el movimiento de las dimisiones, el pueblo lo rechaza con resquemor. No es suficiente, queremos más. No sabemos el qué, ni cómo ni cuánto vale. Pero queremos más. Sangre negra o azul, lo mismo da. Sangre roja es, al fin y al cabo.