Apretando el nudo gordiano hasta reventar
Juán Ramón Rodríguez Martínez
Un día más, vuelve a alzarse el telón. Comienza un nuevo acto. Los actores ríen y lloran. Sienten y se desviven en un ejercicio de puro sentimentalismo. La magia que emanan los protagonistas embriaga al espectador. Calla y asiente, maravillado, ante el espectáculo que se le presenta. A medida que la trama se embrolla suelen asaltarle según qué dudas. Es imposible que el malo pueda ganar, murmura. Está en lo cierto. Finalmente, los héroes del teatro lo hacen una vez más. Una noche tras otra.
Si la trama aparenta tal exorbitante dificultad, resulta complicado identificar actores e, incluso, decorado. Mariano Rajoy ha presentado cinco pactos de Estado a concluir en la próxima legislatura. El Presidente en funciones propone reunir 252 escaños en el Congreso. A través de una hipotética coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos, se conseguiría una mayoría absoluta del 72 % de la Cámara. Todo un Gobierno sin precedentes. El plan en cuestión, de dieciocho páginas, constituye toda una real carcajada en la cara de los españoles. Un brindis al sol continuo, la sinvergonzonería del pillastre enrabietado. Como cada cuatro años, el Partido Popular intenta colar el mismo programa populista con mala fe y ensañamiento.
La mención a las palabras reforma, empleo y España es persistente. La desesperación por cuatro años más de poltrona y desgobierno es candente. Este panorama político no dista de la telenovela latinoamericana modelo. Todo un culebrón importado de la adorada Venezuela. Aroma añejo que intenta perdurar en la esencia del turnismo propio de siglos pasados. No se menciona una reforma constitucional plena, ni una reforma total del Régimen Electoral General. Ni nada que garantice una mejora en este cortijo burrocrático llamado España.
Asimismo, se estipulan las premisas para un Estado como Dios manda en dicho escrito: “Un gobierno capaz de articular acuerdos”, en primer lugar. “Un gobierno fuerte y estable, que pueda desarrollar sus propios planes con desahogo, que no esté sujeto a hipotecas que le impidan garantizar la unidad de España”, en segundo lugar. La contradicción entre ambas es dolorosa. “Un gobierno que se constituya con una mayoría suficiente y estable, y a la mayor brevedad posible, para acabar con las incertidumbres que pueden poner en riesgo la recuperación”, finaliza el diagnóstico. Y, por supuesto, que lo gobierne el Partido Popular.
El acto, pues, se desarrolla sin demasiados sobresaltos. Pedro Sánchez corteja a Rivera. Rivera corteja a Rajoy. Iglesias flirtea con Pedro Sánchez. El nudo se desarrolla y la trama se complica. El espectador no sabe hacia dónde mirar o qué ver. Piensa que hay que cambiar el sistema educativo porque está mal hecho. Cree que el Estado debe crear puestos de trabajo porque es su obligación.
Nadie sabe quiénes son los malos y quiénes los buenos. El nudo gordiano español por antonomasia llamado Constitución de 1978 dificulta la tarea. Custodiarlo es el principal objetivo para la clase política. “Preservar el orden constitucional” cuenta con la suficiente fuerza intimidatoria para ser el principio axiomático al que aferrarse estos días. Antes de que caiga el telón una vez más sería de recibo saber si, como siempre, ganarán los buenos. Porque es algo incuestionable. Los buenos siempre ganan a los malos.