JAVIER P. VELASCO
Michael, Kobe y Stephen

Los que hemos contemplado la carrera de Michael Jordan pensamos que difícilmente el basket produciría en el futuro un jugador que le hiciera sombra
Los que hemos contemplado la carrera de Michael Jordan pensamos que difícilmente el basket produciría en el futuro un jugador que le hiciera sombra
Los que hemos contemplado la carrera de Michael Jordan pensamos que difícilmente el basket produciría en el futuro un jugador que le hiciera sombra. Cuántos sábados renunciamos a salir de marcha porque a la 1.00 AM daban un partido de Chicago; admirábamos también mucho a los Lakers, pero “Magic” no era capaz de retenernos en casa a la hora en que iniciábamos la “marcha” de los sábados. El cóctel Michael Jordan y Ramón Trecet, pero sobre todo nuestro llorado Andrés Montes, después, era un cóctel que no se servía en ningún bar de marcha de ninguna parte.
Michael era elegancia y rapidez…, elegancia y levitación…, elegancia y dominio…, elegancia y elegancia…
Michael nos enseñó a soñar con lo imposible, nos enseñó que el hombre podía volar sin ayuda de nada más que sus propias facultades; nos enseñó a soñar con que nosotros éramos él, que éramos los amos absolutos del basket, que mirábamos desde una atalaya inabordable al resto del mundo baloncestístico.
Luego llegó Kobe, insolente, sus inicios coincidieron con las últimas temporadas de MJ. Kobe no nos caía bien, cuando coincidían en la cancha, Kobe no rendía la suficiente pleitesía a MJ. ¡Ese niño es un descarado!
En poco tiempo Kobe nos dijo que él quería el trono que Michael había dejado vacante. Kobe nos mostró cómo se puede salir airoso de situaciones imposibles de “uno contra uno”. Nos enseñó que se podía anotar frente a cualquier defensor con una variedad de recursos inimaginables.
Kobe enseguida se hizo el número uno, y lo tenía claro: “Lo que no se ve en los partidos es la cantidad de horas de trabajo que empleo para llegar donde he llegado. Donde yo estoy no quiero que nadie llegue, por eso trabajo sin descanso”.
La llegada al estrellato de Stephen ha coincidido con la salida de Kobe, en similar situación a la de éste con MJ.
Vemos a Stephen Curry con cara aniñada, gestos de travieso sin maldad, parece que juega al baloncesto porque se lo ha mandado su madre; nunca le vemos crispado; por sus gestos, cuando gana no sabemos si ha ganado el anillo o una simple partida de la Play Station.
Pero cuando tira parece un asesino frío y calculador, un asesino matemático, un auténtico “killer” metódico y preciso. En realidad, llamarle “tirador” es no hacerle justicia. Él es un “metedor” auténtico. Junto con sus recursos “chachistas” de tiro tras dribling le hacen ser el rey actual del basket.
Al parecer, su padre le puso la canasta de su casa con bastante menos diámetro de lo normal. Ese fue el principio…