ELENA POLO LÓPEZ
Georges de La Tour llega al Museo del Prado

Retratos bíblicos de un realismo naturalista que manifiestan una profunda espiritualidad e intimidad
Retratos bíblicos de un realismo naturalista que manifiestan una profunda espiritualidad e intimidad
Desde el 23 de febrero hasta el 12 de junio el Museo el Prado acoge una extraordinaria exposición del francés Georges de La Tour (1593 – 1652), la segunda de las exposiciones dentro de un proyecto conjunto con el Museo del Louvre (hasta el 27 de marzo se puede disfrutar de la exposición de Ingres, la primera que ha hecho posible este proyecto).
Hasta hace 100 años Georges de La Tour había permanecido en el más absoluto de los olvidos. Su obra quedó sepultada por las guerras que asolaron la región de Lorena en el siglo XVII, ya que el carabaggismo pasó de moda un par de años antes de su muerte, porque su obra no se difundió a través del grabado como era habitual en la época… Pero la reconstrucción de las ruinas de su legado ha logrado encumbrar al lorenés en tan sólo un siglo como uno de los grandes autores de la pintura francesa. La reconstrucción de su trayectoria, lejos de estar completa, es un ejemplo de cómo la Historia del Arte es un ente vivo, que se construye y se reconstruye de manera constante. La última obra atribuida a La Tour apareció precisamente hace 10 años en Madrid, un San Jerónimo Leyendo atribuido a Zurbarán y que se encontraba colgado en la Sede Central del Instituto Cervantes.
Desde que La Tour fue redescubierto en 1915 por Hermann Voss, y lanzado a la fama tras la exposición Pintores de la Realidad (París, 1934), se han identificado por poco más de 40 obras atribuidas directamente al autor, 31 de las cuales se recogen en la exposición de El Prado, procedentes del Louvre, del Metropolitan de Nueva York, del Kimbell Museum de Fort Worth, de Los Ángeles, de la Colección Real británica y de diversas colecciones francesas. Organizadas cronológicamente, el recorrido se inicia desde sus primeras pinturas conocidas (se desconoce todo lo referente a sus primeros años, su aprendizaje, si visitó Roma como era habitual entre los artistas de la época…), pinturas más dinámicas que bien se podrían confundir con obras de artistas españoles por su cromatismo, su temática y su ejecución, en las que los retratos de personajes de los estratos más bajos de la sociedad son los protagonistas, tratados de manera ruda y muy realista, tal y como se puede apreciar en obras como Un viejo, Una vieja o Riña de músicos.
Próximo al tenebrismo de carabaggismo holandés, la exposición evoluciona como su pintura hacia composiciones más sencillas y más contenidas, simplificando los volúmenes y la luz, con figuras cúbicas casi esculturales. Sus nocturnos están iluminados por una antorcha o una vela, siempre situadas dentro del cuadro aunque no necesariamente a la vista, dando lugar a una iluminación mística e irreal. Retratos bíblicos de un realismo naturalista que manifiestan una profunda espiritualidad e intimidad. En obras como La Natividad se aprecia su preferencia por coloridos cobrizos, su pérdida de interés por la descripción ya que las figuras quedan reducidas a formas geométricas, en una composición simple. Son también pertenecientes a esta época sus famosas Magdalenas, en las que también experimenta magistralmente con la iluminación de las velas, o El recién nacido.